miércoles, 30 de agosto de 2017

¡Qué tiene la zarzamora...!

Sábado 26 de Agosto

¡Se acaba el verano! Esta semana ha sido su canto del cisne. Hacía falta recibir algo de fresco, por fin. Aún así decidimos retirarnos a palillear a zonas serranas inexploradas por el grupo. Seguimos en periodo de adaptación postvacacional, así que la ruta elegida es ligera y no muy larga. Según palabras de Belice, es una ruta de palillo de abuelo. La ruta parte del pueblo de Robledondo, próximo a El Escorial. Unos 15 km y aproximadamente 600 m de desnivel para ir tonificando las piernas y quemando los regalos que nos dejan en el cuerpo la cerveza y las barbacoas veraniegas. ¡Venga a aligerar flotador! Operación postbikini en marcha.



Con una temperatura muy agradable, aunque algo por encima de lo previsto, partimos de Robledondo. El coche queda aparcado estratégicamente cerca de un bar. Hay que cuidar los detalles. Apenas empezamos a andar, Mirindas y Belice son embaucados por cantos de sirena al igual que Ulises en su regreso a Ítaca. No escuchan. Van ciegos. Han visto que las zarzas de alrededor están plagadas de moras. El ansia viva se apodera de ellos. Las manos se vuelven de cuero. No duelen las espinas. Menos mal que llevan gafas de sol, sino podrían quedarse ciegos de algún pinchazo. Dejan las zarzas como si una plaga de langostas pasara por un sembrado. Gaia y yo miramos un poco desde la distancia, asustados ante tal despliegue de ansia viva.



Conseguimos arrancarlos de las zarzas tras fuertes forcejeos y seguir caminando. Nos sobrevuela un grupo de buitres desde muy cerca. El hambriento relleno de moras parece un buen festín... Después de muchas quejas por bajar para después tener que ganar desnivel, alcanzamos el pinar que da acceso a la cascada del Hornillo. Bueno, más que cascada, a estas alturas del año, es el chorrillo del Hornillo. Apenas un hilo de agua baja por la pared, pero lo suficiente para poder refrescarnos.











Continuamos por la vera del arroyo hasta sorprender a un corzo despistado. Es posible que también estuviera comiendo moras. El pobre corzo pone pies en polvorosa al escuchar a Mirindas y Belice rechinar sus dientes viendo que la competencia les roba su codiciado tesoro.





Nos desviamos del camino y vamos a parar a una pequeña valla de piedra que hay que saltar. Belice y Gaia parece que van a saltar desde un avión a 10 mil metros sobre el suelo. Soporto el chaparrón de críticas como buenamente puedo. Lo que tiene uno que aguantar... Y justo después de ese "salto infernal" hay un tramo de barro chof chof. Sí, ese ruido que hacen los pies al quedarse atrapados dentro. Temo por mi vida. Al final los buitres se cebarán con mi cadáver. Mirindas no dice nada. Sólo piensa en el corzo egoísta que le ha robado sus moras. 



Alcanzamos el inicio de la cuerda de Majalasvacas, donde reponemos energías. Mirindas va tocado. Es su primera ruta postverano y ni su entrenamiento en altura en los Andes surte efecto. Será que en el hemisferio Sur caminan cabeza abajo... Lo achaca todo a unas plantillas baratas. Incluso las excusas de Podencus son más creíbles.




Antes de llegar al puerto de Malagón, esta vez es el flautista de Hamelin el que hace sonar su flauta desde detrás de las zarzas. Se tiran en plancha a por las moras más gordas. Las que están en todo lo alto, en la zona más inaccesibles. Gaia sucumbe al embrujo y no puede resistirse también a comerlas. ¡¡Incluso sangran las manos!! No hay dolor. Cada dos metros paramos para avituallarnos en las zarzas. Los caminos del ansia son inescrutables. 



La ruta hasta ahora es bastante sencilla. Únicamente queda una pequeña dificultad. Un cortafuegos de apenas 300 metros del que Mirindas y Gaia no quieren saber nada. Prefieren rodearlo por la pista. Me ahorraré los comentarios... Belice y yo subimos hasta alcanzar la cima del cerro de la Cabeza. Las vistas son espectaculares, con El Escorial, Valmayor y las Machotas en primer plano. El comando gallina se lo pierde... Nos reencontramos en la parte baja y procedemos al momento hambriento. Esto, como el bar, no puede faltar en ninguna ruta que se precie. 









El pueblo se encuentra a apenas 2 km, así que nos lo tomamos con calma. Gaia se resiente de las rodillas. La única manera de que no le duelan es en una postura que ya quisiera para él el antaño esquiador Alberto Tomba. Lástima no haberla podido inmortalizar. Hacemos nuestra entrada triunfal en Robledondo a la vez que empiezan a caer las primeras gotas de lluvia. En la entrada del pueblo, no podemos dejar pasar un detalle que nos tiene intrigados. Siempre hemos pensado que la gente de los pueblos serranos es dura. Y por fin conseguimos descubrir por qué. No se trata de climatologías adversas, caminos llenos de pendientes... Simplemente son criados como espartanos. El parque municipal tiene unas hierbas que cubrirían al mismísimo Fernando Romay. No es de extrañar, que los niños apenas dan los primeros pasos, se las tengan que ver ahí con culebras, lobos, alacranes y demás fauna ibérica. ¡¡Cómo no  van a ser duros!!




Alcanzamos por fin nuestra querida Ítaca. Los cantos de sirena no han podido con nosotros y nos recreamos a base de bien en un asiento merecidamente ganado, disfrutando de las primeras gotas del...¿otoño?


MAVERICK


5 comentarios:

  1. Buena ruta para terminar el verano (aunque estoy seguro que quedan algunas semanas en las que todavía haga calor de lo lindo)

    Lo mejor de la ruta: las zarzamoras del camino, ¡sin duda!

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  2. Jajaja buena crónica Maverick, la mitad del comando gallina te agradece la mención de honor y se congratula de que no consiguieras la foto de Alberto Tomba UFFF! Lo que hubiera dado de si. Jajajaja ya estoy deseando repetir, de nuevo un placer chicos! Nos vemos en la próxima !

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  3. Yo me quedé con ganas de recolectar. A ver si en la próxima hay suerte!
    Un placer, amigos!!

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  4. Me apunto a la recolección moril! Muy buena crónica, como siempre!

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  5. Buena crónica, lástima habernos perdido la ruta porque pintaba bien. Esperando la próxima.

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